A pesar de que haya pasado ya bastante tiempo desde el día en el que se estrenara, no podía dejar sin comentar la última adaptación de las aventuras y desventuras (en esta ocasión más bien amorosas), del mago más famoso de los últimos años. Hablo pues, de la sexta entrega de la franquicia Harry Potter: Harry Potter y el Misterio del Príncipe.

Una de las cosas que más me preocupaba sobre esta película, era que antes de que se estrenara, ya se comentaba mucho su similitud con una película de amoríos adolescentes tipo High School Musical o, en su defecto, Física o Química. Cuando una vez estrenada, esos rumores no hacían más que confirmarse, el miedo fue mayor. Y ahora, una vez visionada, debo hacer un poco de abogado del diablo: He de decir que la película me ha gustado… A medias.

Para empezar, uno de los puntos flacos del film es su extensión. Dos horas y media de película me parecen demasiado, si tenemos en cuenta lo poco que cuenta. Para más inri, cuando parece que la cosa se pone interesante es cuando se acaba la película; es cuando frunces el ceño y dices «¿Ya está? WTF?!», poco apoteósico y como fallo garrafal, poco emotivo, teniendo en cuenta la importancia de ese momento; parece como si tuvieran prisa por acabar la película y decidieran prescindir del que se suponía debía ser el clímax de la película…

Algo que seguro que a estas alturas no os sorprenderá que diga, pero que resulta imposible ignorar, es la EXCESIVA importancia que se les da a los líos amorosos; ya sabemos que a estas alturas Harry y sus amigüitos no son unos críos y que empiezan a tener las hormonas al pil-pil, pero da la impresión de estar viendo Crepúsculo antes que una de Harry Potter…

Es lo que pasa cuando condensan toda esa tensión sexual que se ha podido ir leyendo a lo largo de varios libros, en una sola película: Parece un High School Musical pero con magos y brujas.

En cuanto a otros detallitos del film, hay unas cuantas cosas que me han llamado la atención: Aunque el libro no lo tenga ya lo que se dice fresco, me parece que ese librito que encuentra Harry y que perteneció a un tal Príncipe Mestizo, tiene más importancia en la versión literaria; y en el film queda relevado a un segundo plano, nombrándolo de vez en cuando, al igual que otros personajes secundarios, como Neville Longbottom, el cual ha tenido más relevancia en otras ocasiones, o Seamus Finnigan, los cuales no sé siquiera si tienen únicamente un par de frases a lo largo de las dos horas y pico que dura la película…

Por otra parte, ha habido un par de cosas que si bien no son importantes para el desarrollo de la historia, me han resultado curiosas: Al parecer, nuestro amigo Draco Malfoy ha estado aprendiendo del gran Barney Stinson, y a diferencia de Ted Mosby, le ha hecho caso a eso que siempre dice de… Suit up!

Ron Weasley, por su parte, entra una entrega más tarde en el equipo de quidditch; si mal no recuerdo, fue en La Orden del Fénix cuando los de Gryffindor cantaban aquello de «a Weasley vamos a coronar»; seguramente, aprovechando el cambio hormonal de los chavales, querrían aprovechar el contexto de esa prueba de virilidad entre Ron y el pretendiente de Hermione, Cormac McLaggen, en las pruebas de acceso…

Pero si hay algo que salva a esta película de la quema, son precisamente sus actores. Tanto delante, como detrás de la cámara; ya que también me gustaría hablar del doblaje en castellano de esta última entrega.

Siempre es un placer ver actuar a Alan Rickman y Maggie Smith, grandes actores con un montón de horas de trabajo a sus espaldas, están fantabulosos en sus respectivos papeles, Severus Snape y Minerva McGonagall; de hecho, recuerdo haber dicho sobre ésta última que incluso parece que hubiera nacido para el papel. Excelentes, sin duda.

De igual forma, también es un placer poder contar con la desequilibrada de Bellatrix Lastrange, encarnada por una más que aceptable Helena Bonham Carter, que a pesar de salir poco, cuando lo hace, se nota.

Aunque tampoco nos debemos olvidar del nuevo fichaje, Horace Slughorn (Jim Broadbent), el cual le da un toque cómico a la trama más oscura.

En cuanto al trío protagonista, la sorpresa la da Rupert Grint, el cual nos deleita con su mejor actuación hasta el momento, teniendo en cuenta sus intervenciones en anteriores entregas de la saga. Daniel Radcliffe, sigue igual de sosainas en algunos aspectos, aunque personalmente me ha sorprendido en unas cuantas escenas, como cuando está bajo los efectos de cierta poción que no mencionaré por estos lares. Y Emma Watson sigue en su línea, como siempre, aunque a pesar de haber sido siempre la que más me ha convencido del trío protagonista, sus momentos de histrionismo máximo y gesticulación extrema siempre me han puesto de los nervios…

Que no insistas, Harry; Hermione no te va a enseñar a leer

Dicho esto, sólo me queda mencionar que en esta ocasión, al contrario que en la anterior entrega, el doblaje ha mejorado, y las voces nuevas (o mejor dicho, sustitutas) no me chirrían tanto al oírlas. A pesar de que muchos lamentáramos la pérdida de Michelle Jenner como voz en castellano de Hermione Granger, Laura Pastor, parece que ya se siente más cómoda en su personaje, llegando al punto incluso de conseguir que me olvidara de que hubo un cambio de voces. Bien por Laura, la cual a pesar de tener contabilizados únicamente 31 doblajes, va mejorando progresivamente.

Resumiendo, el mayor error al realizar esta película ha sido el excesivo protagonismo que se le ha dado a los cambios hormonales de los magos y brujas de Hogwarts, dejando casi en segundo plano lo que se suponía debía ser el tema central de la trama, haciendo de esta película una especie de Crepúsculo, sustituyendo vampiros por magos y brujas y con un metraje excesivo para lo poco que realmente cuenta.

Aunque como ya sabéis, esta sólo es mi humilde opinión…