Assassin’s Creed, ese juego que aspiraba a mucho pero se quedó en poco. Assassin’s Creed, ese juego que se quedó en un quiero y no llego; no confundir con un quiero y no puedo.

El mayor problema de Assassin’s Creed es que primero parece una cosa, y luego nos venden otra muy distinta.

A pesar de tratarse del primer título de la saga, en mi caso es la segunda entrega que he tenido el placer (o la desgracia, según se mire) de jugar, siendo Assassin’s Creed: Bloodlines el primero al que jugué y del cual ya hablé en su momento.

La historia de Assassin’s Creed se sitúa en 1191, en la época de la tercera cruzada, y abarca localizaciones como Jerusalén, Damasco y Acre. En esta aventura nos ponemos en la piel de Altaïr, un assassin miembro del propio credo que da título al juego. La misión de Altair será la de impedir que el bando rival, los templarios, se hagan con una valiosa reliquia conocida como Fruto del Edén, el cual tendría el poder de controlar las mentes. Sin embargo, al principio de la historia, nuestro protagonista la caga, y es a partir de ahí cuando nos unimos a la aventura…

Dicho así hasta llama la atención, ¿Verdad? Pues no os dejéis engañar: Assassin’s Creed no resulta ser tan genial como nos quieren hacer creer.

La sensación que tuve al terminarlo se resume en una sola palabra: agridulce. Y es la segunda vez que me pasa, ya que con AC: Bloodlines me pasó exactamente lo mismo.

La mecánica del juego, es tan simple que la podemos resumir con un solo esquema: investigación, interrogatorio, hurto y asesinato; aunque el orden de los factores pueda variar, no altera el producto final.

Así saltaba, así, así…

¿Y qué es el producto final? Un juego que podría haber dado mucho más de sí pero que va perdiendo fuelle a medida que avanza; que sí, que lo de asesinar con la hoja oculta, escalar atalayas e ir de saltimbanqui por la vida está muy bien pero al cabo de varias horas de juego resulta ser algo monótono.

Lo que me sorprende es que Altair sea capaz de escalar atalayas casi sin inmutarse, saltar de ellas sobre un montón de paja sin un rasguño, pasearse por los tejados de Jerusalén como Paco por su casa, pero que… ¡No puede nadar! A mi entender, es un contra enorme, lo cual le resta bastantes situaciones posibles, que por suerte es corregido en la segunda entrega; aunque de esa ya hablaré en otra ocasión…

Eso sí, unas vistas preciosas desde las atalayas, sólo por eso merece la pena subir esos, en ocasiones, altísimos edificios.

No se partirá la crisma, no…

Sin embargo, el mayor problema del juego reside precisamente en su escasa capacidad de introducirnos de lleno en la historia, las misiones resultan poco variadas y el juego al completo se hace a la larga repetitivo y aburrido. Una lástima ya que el planteamiento en general no está mal del todo.

Un aspecto que me gustaría mencionar y que muchas veces se suele olvidar (menos si es para criticarlo) es el tema del doblaje, un placer tener a sospechosos habituales como Luis Porcar (voz del Dr. House) y Guillermo Romero (voz de Edward Norton en American History X) como Desmond Miles; una de las pocas cosas destacables de toda la parafernalia referente al Animus, Abstergo y demás.

¿Que si me ha gustado el juego? A medias; si durara la mitad tal vez sí me parecería que es el juego que se supone debía ser. ¿Lo recomendaría? Eso ya depende de los gustos de cada uno, porque todo esto, como ya sabréis, sólo es mi humilde opinión…